“… nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego […]. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses…” (Daniel 3:17-18).
Leer: Daniel 3:8-18
29 de Diciembre: 1 Crónicas 7–9; Juan 6:22-44
A veces, la vida nos lanza un golpe tremendo. Otras, algo milagroso sucede.
Subí a un bus, me senté al lado de otro, poco después ese otro sacó su arma de fuego y nos dijo: “Es un asalto”. Me estremecí, pero no perdí la calma, le dije al Señor: “Guárdame oh Dios”. Luego el criminal dijo: “Saquen todos sus celulares, rápido”. Y atrás del bus se levantó otro que comenzó a pedir a todos sus celulares. El que estaba a mi lado me miró, yo también le miré, le amé, pero le di el celular, uno que hacía poco un amigo me había regalado. Ellos se bajaron del carro asustados llevándose los celulares pero sin tocar nuestras vidas. Me aferré al Señor, aun si no hubiera sido así.
Tres jóvenes, cautivos en Babilonia, estaban parados delante del temible rey de la tierra, y declararon valientemente que, bajo ninguna circunstancia, adorarían la gigante imagen de oro que se elevaba frente a ellos. Juntos, afirmaron: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no […] adoraremos la estatua” (Daniel 3:17-18).
Estos tres hombres —Sadrac, Mesac y Abed-nego— fueron arrojados en el horno ardiente; y Dios, milagrosamente, los libró, para que ningún cabello de su cabeza se quemara ni su ropa tuviera olor a humo (vv. 19-27). Se habían preparado para morir, pero su confianza en Dios no vacilaría… aun si no los salvaba.
Dios desea que nos aferremos a Él… aun si no se cura un ser amado, aun si no conseguimos trabajo, aun si no podemos evitar persecuciones. A veces, Dios nos rescata de los peligros de esta vida; otras, no lo hace. Pero podemos aferrarnos a esta verdad: “Dios a quien servimos puede librarnos”; nos ama y está con nosotros en toda prueba feroz; en todo, aun si no.
Gracias a Dios que Él nos ha librado y nos libra de tantos peligros visibles e invisibles, nos sana de tantas enfermedades, nos da nuevas fuerzas cada día; Él es la Fuente de nuestra fe, esperanza, amor, seguridad, felicidad, contentamiento, y satisfacción. “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti?” (Salmo 73:25). Permite que pasemos por montes y valles de la vida, pero Él es Emanuel, que camina con nosotros, delante y detrás de nosotros. Él acampa alrededor de los que le temen y los defiende. ¡Aleluya!
“Señor, dame una fe que no vacile —y fe y esperanza para cada día— cualesquiera que sean las circunstancias”.
Dios puede.
Ten buen ánimo!!