«Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.» (Juan 1:12-13)
El apóstol Juan en versículos anteriores había afirmado que todo el mundo estaba bajo pecado, bajo tinieblas, por tanto, nadie quería ni podía conocer ni recibir a la luz, que es Jesús (Juan 1:6–11); pero también afirmó que, siendo Jesús la Luz verdadera, es decir el Dios Eterno, Creador y Redentor, entonces, las tinieblas nunca prevalecerían contra Él. (Juan 1:1-5)
Evidencia de ello es que hubieron, y hay, personas de este mundo en tinieblas que creyeron en Jesús y son hijos de Dios. ¿cómo sucede esto?
Somos hijos de Dios por creer en Jesús
Juan dice esta gran verdad “Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Las palabras “recibieron” y “creyeron” son maneras diferentes de decir lo mismo, estos hombres ejercieron fe salvadora al reconocer que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios, pusieron fe en su nombre, en su persona, en lo que Él era.
El “creer” no es un mero conocimiento intelectual, sino un compromiso genuino, una convicción, que va acompañado del arrepentimiento, y ambos median una conversión hacía Jesús. El creer en Jesús es el medio que nos lleva a cambiar de “status” o “posición”, es el medio que nos lleva a ser “hijos de Dios”, Dios nos adopta como sus hijos por medio de Cristo.
Podríamos decir, en palabras de Jesús, que antes éramos “hijos de vuestro padre el diablo” (Juan 8:44) ¿fuerte? ¿verdad? Pero, es la realidad. Eso era nuestro “status”, andábamos en tinieblas y muertos espiritualmente. Sin embargo, en un momento determinado pasamos de ser hijos del diablo a ser hijos de Dios, de muerte a vida y de las tinieblas a la luz.
¿Cómo fue posible eso? ¿Cómo es posible que un hombre que está en tinieblas, que ni quiere ni puede recibir a Jesús, luego reciba y crea en Él?
Somos hijos de Dios por voluntad de Dios
El paso de las tinieblas de pecado a la luz, solo es posible por el nuevo nacimiento, y este nuevo nacimiento proviene de la voluntad de Dios. Juan continúa diciendo “los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13).
Es decir, para poder creer en Jesús, como Cristo e Hijo de Dios, y así gozar de ser hijos de Dios, es necesario haber nacido de nuevo. Este nuevo nacimiento no es por voluntad humana, no es por nacimiento físico, ni por acto o deseo humano. Este nuevo nacimiento proviene de Dios, de la voluntad de Dios; es sobrenatural, es un milagro de parte de Dios.
Aquí se encuentra la razón por la cual nosotros siendo pecadores, ahora creemos en Jesús y somos hijos de Dios. Dios nos hizo nacer de nuevo, Dios restauró nuestra voluntad y ahora queremos ir a la luz, creer en Jesús.
Cuando Adán y Eva pecaron, Dios fue quién, voluntariamente, condescendió y les mostró su gracia y misericordia al prometerles un Salvador. (Génesis 3:15). De la misma manera, por Su propia voluntad, Dios condesciende con su pueblo pecador, y los hace nacer de nuevo y les genera fe para que ellos crean en Jesús y sean Sus hijos. En palabras de Pablo “[Dios], que mandó que de las tinieblas surgiera la luz, es quien brilló en nuestros corazones…” (2Corintios 4:6). Y en palabras de Pedro “[Dios] los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1Pedro 2:9).
¡Somos hijos de Dios, hemos pasado de las tinieblas a la luz, porque Dios así lo quiso!
Por tanto, ya siendo hijos de Dios estamos llamados a vivir en obediencia a Él. Nuestra condición de “hijos de Dios” se evidencia en vidas que buscan agradar a Dios y vivir para Él, en Cristo.