«Dios vio todo lo que había hecho; y era bueno en gran manera. Y fue la tarde y fue la mañana: el sexto día. Así fueron acabados los cielos y la tierra y todas sus huestes. En el séptimo día ya Dios había completado la obra que había estado haciendo, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho. Dios bendijo el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que Él había creado y hecho» (Génesis 1:31-2:3).
Dios creó el mundo sólamente hablando. “Y Dios dijo, ‘Sea la luz’, y la luz fue hecha …”. “Y Dios dijo, ‘Que la tierra produzca criaturas vivas de acuerdo a su tipo – ganado, bestias y las que se arrastran por el suelo, de acuerdo a su tipo’, y fue así” (Génesis 1).
En seis días, Dios habló y creó todo lo existente. Cuando todo estuvo terminado, Dios consideró que estaba muy bueno. Él había completado su obra creadora. Y entonces, en el séptimo día, Dios descansó. No porque estuviese cansado – Dios nunca se cansa (Isaías 40:28). Pero Él dejó de crear en este día porque su creación era perfecta y disfrutó el resultado de su trabajo.
Este patrón de Dios creando el mundo en seis días y luego descansar, ha llegado a ser la base del mandamiento de Dios para los Israelitas de trabajar seis días y tomar un día de reposo: “Porque en seis días Dios hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y descansó el séptimo día. Por lo tanto, el Señor bendijo el día sábado y lo hizo santo” (Éxodo 20:11).
A través de los siglos, este ritmo se ha preservado.
¿Sabías que nuestra semana de siete días está basada en que Dios creó el mundo en seis días?