«El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén para que lo cultivara y lo cuidara» (Génesis 2:15).
Cuando Dios creó al primer humano, Adán, le dió la tarea de cultivar y cuidar el jardín del Edén. El trabajo, entonces, pertenece a la buena creación de Dios; no es el resultado del pecado, sino que está dentro del buen propósito de Dios para el ser humano.
Por ejemplo, Adán tuvo el trabajo de poner nombre a los animales y dominar sobre ellos (Génesis 1:28).Al mismo tiempo, el pecado lo ha dañado todo, incluso el pecado. Cuando Adán había desobedecido a Dios, Él le dijo: “… ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida … te ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:17-19, NVI).
El trabajo diario de los humanos se hizo, en consecuencia, laborioso y cansador. Y esta ha sido una experiencia humana común desde entonces. Incluso, Moisés dijo: “Algunos llegamos hasta los setenta años, quizás alcancemos hasta los ochenta, si las fuerzas nos acompañan. Tantos años de vida, sin embargo, solo traen pesadas cargas y calamidades…” (Salmo 90:10, NVI). Esto suena bastante deprimente.
Aun así, el trabajo puede todavía ser algo bueno. Puede ser disfrutado. “Nada hay mejor para el hombre que comer y beber, y llegar a disfrutar de sus afanes” (Eclesiastés 2:24, NVI).
¿Es tu experiencia con el trabajo diario cansadora o lo disfrutas?