¿Por qué el hombre no quiere conocer ni recibir a Jesús?

«Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Éste vino por testimonio, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por él. Él no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz. La Palabra, la luz verdadera, la que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, pero el mundo no la conoció. La Palabra vino a lo suyo, pero los suyos no la recibieron.» (Juan 1:6–11)

Un mundo en pecado

Para maravillarnos de las bendiciones de la nueva creación, es importante comprender el diagnóstico de esta creación, en la cual vivimos. El pecado entró al mundo porque Adán y Eva desobedecieron a Dios (Génesis 3). Las consecuencias fueron la ruptura de las relaciones, entre Dios y el ser humano, el hombre y la mujer, y el ser humano con la creación.

Sin embargo, el pecado no tomó por sorpresa a Dios. Todo estaba bajo su control, bajo su único plan de glorificarse a Sí mismo en Cristo, al rescatar a su pueblo de sus pecados. Este plan fue diseñado incluso antes que el pecado entrara en la creación. Fue diseñado en la eternidad pasada por la mismísima Trinidad (1Pedro 1:20). Dios en un primer momento creó la tierra desordenada, vacía y en tinieblas para luego rescatarla; iluminándola, ordenándola y llenándola (Génesis 1:2). Esto se re – publica en Génesis 3, cuando en un mundo desordenado, vacío y en tinieblas de pecado, Dios condescendió con el pecador al prometerle un Salvador (Génesis 3:15).

Una promesa cumplida

Entonces, había una promesa que vendría un Salvador a un mundo lleno de tinieblas de pecado. Este cumplimiento lo vemos en el Evangelio de Juan, en un primer momento en Juan el Bautista, como el primer encargado de anunciar el cumplimiento de esta promesa, “Éste vino por testimonio, para dar testimonio de la luz” (Juan 1:7). Dios lo envío para que diera testimonio que Jesús, la luz verdadera, ya estaba en el mundo, y que las profecías respecto de la venida del Mesías prometido se habían cumplido.

Un rechazo

Sin embargo, el mundo estaba en tinieblas de pecado. Por eso, el mundo “no le conoció” y el pueblo de Israel “no le recibió” (Juan 1:10-11). El “conocer” o “recibir” aquí implica algo muy profundo. Ellos rechazaron tener una comunión íntima con aquel que no quisieron conocer ni recibir. Esto por el pecado.

A causa del pecado, la relación de Dios con el hombre se rompió. Por eso, es imposible que el ser humano en su condición natural de pecador quiera y pueda “conocer” o “recibir” a la Luz verdadera, que es Jesús. Los hombres aman más las tinieblas que la luz, porque sus obras son malas, y no vienen a Jesús porque no quieren ser reprendidos por su mal obrar (Juan 3:19-20).

Pecado es la falta de conformidad con la ley de Dios o la transgresión de ella. Por eso, cuando Adán transgredido la ley de Dios, pecó contra Dios. Y siendo que él es nuestro representante, todos pecamos en Adán. (Romanos 5:12; 5:18). Todos somos pecadores por naturaleza y culpables ante Dios (Romanos 1:21; 3:10; 7:14-15). Es por ello que nadie quiere ni puede “conocer” o “recibir” a Jesús. Somos pecadores.

Una esperanza

Pero, nosotros sabemos que, aunque las tinieblas quieran prevalecer contra la Luz, no podrán hacerlo. Aunque el mundo estaba en tinieblas de pecado y parecía imposible que la Luz los iluminará, hay ESPERANZA y SEGURIDAD que la Luz prevalecerá (Juan 1:4-5). Juan Bautista había entendido ello, por eso daba testimonio de la Luz en un mundo hostil y lleno de pecado.

Con la misma confianza y convicción de Juan Bautista, estamos llamados a testificar de la luz verdadera, que es Cristo. Seguros que el Espíritu de Dios traerá a pecadores al arrepentimiento. Así como alguna vez nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1Pedro 2:9).

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