María dijo entonces: «Yo soy la sierva del Señor. ¡Cúmplase en mí lo que has dicho!» Y el ángel se fue de su presencia. Lucas 1:38
En la historia bíblica, el pueblo de Israel guardaba la esperanza de la venida de su Rey prometido, este rey legítimo vendría del linaje del Rey David (Juan 1:49; Lucas 2:25,ss). El propósito de su llegada era traer paz y gozo a su pueblo, además de restaurarles su propósito en esta tierra, esto es, de extender la Gloria de Dios por todo el mundo (Lucas 2:10, 14; Génesis 1:26 – 28).
La promesa
Sabemos que la monarquía legítima de Israel venía de la descendencia del Rey David. Dios había hecho un pacto con David, en donde le prometía un reinado eterno (2 Samuel 7:1-17). Luego de este pacto, parecía que el reinado davídico venía de mal en peor. El pueblo perdía las esperanzas de vivir bajo el gobierno de un rey justo. Sin embargo, los profetas del Antiguo Testamento anunciaban la llegada del Redentor del pueblo de Dios, del Rey Justo proveniente del linaje de David (Jeremías 30:9; Ezequiel 34:24; Miqueas 5:2).
El cumplimiento
En el tiempo de Dios, nació en la humilde tierra de Belén de Judea, de donde era el rey David, un bebé de nombre Jesús. Era un ser humano, pero también era Dios mismo, por eso se le llamó ENMANUEL, esto es ‘Dios con nosotros’ (Mateo 1:23; cf. Isaías 7.14). A este misterio llamamos ENCARNACIÓN, Dios se hizo carne (Juan 1:14). El Rey divino y eterno se hizo rey humano y davídico para siempre. En su vida, muerte y resurrección trajo la verdadera paz y gozo para su pueblo, lo que el pecado había corrompido, esto es restaurarle la comunión con Dios. Teniendo comunión con nuestro Creador, el llamado del pueblo de extender Su Gloria por el mundo se restauraba también (2 Corintios 5:17; Romanos 5:1).
Su pueblo
Por tanto, quiero detenerme en meditar en los instrumentos humanos que Dios utilizó para que Dios Hijo se encarnara en el legítimo Rey Davídico, José y María. Ambos eran descendientes de David. Aunque el nacimiento de Jesús fue un acto milagroso, hubo intervención humana, María fue la madre biológica de nuestro Señor, y José, que, aunque no intervino biológicamente en el nacimiento del Salvador, era su padre legal, por tanto, Jesús era biológica y legalmente descendiente de David.
En ambos, podemos ver el sometimiento a Dios, ese querer hacer la voluntad de su Señor, aun cuando la situación se tornará difícil e incomprensible. Por un lado, José, que luego que el ángel le explicara en sueño, se sometió e hizo como el Señor le había mandado y recibió a su mujer (Mateo 1:24), por otro lado, María al recibir la noticia que sería madre del Hijo del Altísimo, solo exclamó ¡Cúmplase en mí lo que has dicho! (Lucas 1:38). Dios estaba obrando en ellos, de otra forma hubiera sido imposible que se sometieran a la voluntad de Dios.
En tiempos de Navidad, es necesario meditar en este gran acontecimiento ¡llegó el Rey Davídico!, aquél que vino a rescatarnos de la esclavitud del pecado, y llevarnos a la comunión con Dios. Aquél que nos capacita para ser instrumentos escogidos (Hechos 9.15; 2Timoteo 2.21), llamados a llevar la Gloria de Dios por todo el mundo, siendo pueblo de su Reino, linaje escogido, real sacerdocio, nación santa (1 Pedro 2:9). Hagamos propia la exclamación de María ¡Cúmplase en mí lo que has dicho!
¡Feliz Navidad!